AGUA (Water) Deepa Mehta, India, (2005) Cines Verdi (Barcelona)
AGUA: UN LUGAR DONDE VIDA Y CINE CONFLUYEN
Conozco a algunos hombres de la India que residen en Barcelona que se casaron hace algún tiempo con mujeres que no conocían. Viajaron a India para la celebración de su matrimonio, pactado previamente por sus familias, y después regresaron aquí con sus desconocidas esposas. De todas formas, el hecho de que se conocieran o no previamente era irrelevante, puesto que entre ellos inmediatamente se estableció una relación de sumisión total de la mujer hacia su marido. Ellas deben salir de su casa siempre vestidas con las ropas tradicionales. No pueden hablar con ningún hombre. No pueden tener ninguna relación de amistad con nadie. No pueden tomarse nada en un bar por miedo a que alguien las vea. No pueden sentarse a la mesa de su propia casa cuando hay invitados (esto lo he vivido). No tienen nada que decir en la educación de los hijos.
Tal y como nos enseña Agua (dirigida por una mujer, Deepa Mehta, en el año 2005), la realidad de la vida va a otro ritmo de la que marcan las leyes, puesto que en una sociedad integrista como la que se retrata en la película lo que digan las nuevas leyes es irrelevante, ya que únicamente se contempla lo que marca la vieja Ley de la moral y la religión.
Ni el paso de los ingleses, demasiado preocupados por sus intereses, ni la influencia de personajes universales como Gandhi o Teresa de Calcuta, ni siquiera el trascurrir de los tiempos hacia la modernidad, han sido suficientes para modificar las actitudes de la sociedad en la India, de los hombres hacia las mujeres, de los propietarios hacia los pobres, de todos hacia las castas, los intocables, los enfermos o las viudas.
Y es precisamente de estas últimas, las viudas, de quienes nos habla esta conmovedora película, perteneciente a ese especial tipo de cine que descoloca mente y corazón, y que impacta de tal manera que nunca más se puede volver a olvidar. Y es que a partir de ahora cuando alguien nos hable de las viudas pensaremos en la India, y en la desgraciada vida que todavía en nuestros días llevan muchas mujeres que han perdido a sus maridos, literamente arrastradas a una tumba todo el tiempo que les reste de vida.
La acción se sitúa a finales de los años 30, cuando las enseñanzas del Mahatma Gandhi comenzaban a impregnar en la sociedad. Las mismas llevaron a una modificación de la visión del mundo de mucha gente, puesto que se reivindicaron los derechos sociales de algunos sectores que habían sido marginados, más bien desterrados, de la vida civil. Un grupo de viudas, entre ellas una niña de siete años -protagonista de la narración-, son obligadas a vivir en una comuna que no es sino una cárcel de la que nunca más se puede salir. Narrada de una forma coral, pero siempre con la pequeña ejerciendo de hilo conductor, se nos mostrará su estilo de vida y todas las artimañas que estas mujeres deben poner en práctica para sobrevivir, dominadas por una falsa moral, la hipocresía y la corrupción, y convirtiendo su vida en una mentira sobre una mentira -puesto que únicamente toman de la religión lo que les conviene-, hasta la materialización de la tragedia como consecuencia lógica de sus -ya de por sí- trágicas vidas.
Para no extenderme mucho más, me gustaría destacar algunos aspectos: el preciosismo con que está rodada la película; una música que a ratos es estrictamente india y a ratos tiene incorporaciones orquestales; unas imágenes del rio y de la vida con un colorido deslumbrante, y esperanzador; unas interpretaciones en el coro de viudas que nos acerca directamente a las máscaras de las tragedias griegas, máscaras de sufrimiento llenas de verdad y de matices; y un ritmo narrativo intenso que lleva de la sonrisa a la lágrima, que muestra la vida y las costumbres, que retrata perfectamente a las personas, y en el que los tres actos de la narración clásica se encuentran perfectamente definidos.
Lejos de los absurdos largometrajes de Bollywood, tan ridículos como los de Hollywood, la India, primer productor de cine mundial, sigue aportando grandes títulos a la cultura de nuestra época. Aunque producida con dinero canadiense, es esta una película India y sobre la India, y eso se nota. Y además rodada con una verdad que ha trascendido las fronteras, pues ya la hemos hecho de todos. Como tiene que ser el gran cine: ese que nos obliga también a nosotros a ser actores en el mundo y no únicamente meros espectadores de una acción en un corto espacio de tiempo.
Lee aquí el programa de la película de los Cines Verdi
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Conozco a algunos hombres de la India que residen en Barcelona que se casaron hace algún tiempo con mujeres que no conocían. Viajaron a India para la celebración de su matrimonio, pactado previamente por sus familias, y después regresaron aquí con sus desconocidas esposas. De todas formas, el hecho de que se conocieran o no previamente era irrelevante, puesto que entre ellos inmediatamente se estableció una relación de sumisión total de la mujer hacia su marido. Ellas deben salir de su casa siempre vestidas con las ropas tradicionales. No pueden hablar con ningún hombre. No pueden tener ninguna relación de amistad con nadie. No pueden tomarse nada en un bar por miedo a que alguien las vea. No pueden sentarse a la mesa de su propia casa cuando hay invitados (esto lo he vivido). No tienen nada que decir en la educación de los hijos.
Tal y como nos enseña Agua (dirigida por una mujer, Deepa Mehta, en el año 2005), la realidad de la vida va a otro ritmo de la que marcan las leyes, puesto que en una sociedad integrista como la que se retrata en la película lo que digan las nuevas leyes es irrelevante, ya que únicamente se contempla lo que marca la vieja Ley de la moral y la religión.
Ni el paso de los ingleses, demasiado preocupados por sus intereses, ni la influencia de personajes universales como Gandhi o Teresa de Calcuta, ni siquiera el trascurrir de los tiempos hacia la modernidad, han sido suficientes para modificar las actitudes de la sociedad en la India, de los hombres hacia las mujeres, de los propietarios hacia los pobres, de todos hacia las castas, los intocables, los enfermos o las viudas.
Y es precisamente de estas últimas, las viudas, de quienes nos habla esta conmovedora película, perteneciente a ese especial tipo de cine que descoloca mente y corazón, y que impacta de tal manera que nunca más se puede volver a olvidar. Y es que a partir de ahora cuando alguien nos hable de las viudas pensaremos en la India, y en la desgraciada vida que todavía en nuestros días llevan muchas mujeres que han perdido a sus maridos, literamente arrastradas a una tumba todo el tiempo que les reste de vida.
La acción se sitúa a finales de los años 30, cuando las enseñanzas del Mahatma Gandhi comenzaban a impregnar en la sociedad. Las mismas llevaron a una modificación de la visión del mundo de mucha gente, puesto que se reivindicaron los derechos sociales de algunos sectores que habían sido marginados, más bien desterrados, de la vida civil. Un grupo de viudas, entre ellas una niña de siete años -protagonista de la narración-, son obligadas a vivir en una comuna que no es sino una cárcel de la que nunca más se puede salir. Narrada de una forma coral, pero siempre con la pequeña ejerciendo de hilo conductor, se nos mostrará su estilo de vida y todas las artimañas que estas mujeres deben poner en práctica para sobrevivir, dominadas por una falsa moral, la hipocresía y la corrupción, y convirtiendo su vida en una mentira sobre una mentira -puesto que únicamente toman de la religión lo que les conviene-, hasta la materialización de la tragedia como consecuencia lógica de sus -ya de por sí- trágicas vidas.
Para no extenderme mucho más, me gustaría destacar algunos aspectos: el preciosismo con que está rodada la película; una música que a ratos es estrictamente india y a ratos tiene incorporaciones orquestales; unas imágenes del rio y de la vida con un colorido deslumbrante, y esperanzador; unas interpretaciones en el coro de viudas que nos acerca directamente a las máscaras de las tragedias griegas, máscaras de sufrimiento llenas de verdad y de matices; y un ritmo narrativo intenso que lleva de la sonrisa a la lágrima, que muestra la vida y las costumbres, que retrata perfectamente a las personas, y en el que los tres actos de la narración clásica se encuentran perfectamente definidos.
Lejos de los absurdos largometrajes de Bollywood, tan ridículos como los de Hollywood, la India, primer productor de cine mundial, sigue aportando grandes títulos a la cultura de nuestra época. Aunque producida con dinero canadiense, es esta una película India y sobre la India, y eso se nota. Y además rodada con una verdad que ha trascendido las fronteras, pues ya la hemos hecho de todos. Como tiene que ser el gran cine: ese que nos obliga también a nosotros a ser actores en el mundo y no únicamente meros espectadores de una acción en un corto espacio de tiempo.
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